El Servicio
La verdadera Grandeza siempre lleva vestido de Servicio
Pastor José Luis Matto
“sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que
estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo
Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn.14:3-15)
Aquella noche en que Jesús lavó los pies de sus discípulos dejó bien claro que si alguien quiere ser grande a los ojos de Dios debe aprender a servir. El camino de la grandeza es el servicio y “quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
Ahora bien veamos de cerca lo sucedido y dejemos que este pasaje inspirado por el Espíritu Santo nos hable y nos enseñe a ser como Cristo. La costumbre judía de lavarse los pies no era un ritual o algo meramente tradicional, los caminos en tiempos de Cristo eran polvorientos y a veces llenos de agua y barro y el calzado utilizado eran las sandalias; y ya que los judíos no utilizaban mesas ni sillas como nosotros las conocemos sino que se sentaban en almohadones en el piso y comían sobre unas mesas muy bajitas, los pies de uno prácticamente estaban sobre el plato del otro, lo cual hacía indispensable y lógico lavarse los pies al entrar a la casa y antes de comer, trabajo que generalmente realizaba el siervo de menor categoría o el menos importante de la casa.
Pero como el Señor quería celebrar la cena en privado con sus discípulos no había nadie en la entrada de la casa designado para lavar los pies de Jesús y sus discípulos. Imaginemos la escena: Pedro entró no vio a nadie y siguió de largo, Juan hizo lo mismo y así cada uno de los apóstoles. Ninguno quiso lavar los pies del Señor, mucho menos de sus compañeros; eran seguidores del Maestro, pero ¡lavar sus pies!? No, nunca! Jamás! Ese es trabajo de otros, de gente poco importante, pensaron todos ellos. Lucas nos dice además que ese día ellos habían discutido sobre quien sería el más importante cuando muriera Jesús (Lc.22:24), así que ¡lavar pies! Estaba muy lejos de sus planes. Ese trabajo les resultaba ofensivo y degradante. Ciertamente cuando más orgulloso es alguien tanto más rápido se ofende.
Entonces Jesús se levantó, tomó una palangana y se ato una toalla a la cintura y ante la mirada atónita de sus discípulos comenzó a lavar los pies sucios y olorientos de cada uno de ellos. El desconcierto era total no podían creer lo que veían, Jesús su Maestro su “Rabí” lavándoles sus pies. Pedro al llegar su turno se opuso, pero el Señor le dijo que sino se dejaba lavar no tenía parte con él, así que Pedro inmediatamente accedió y pidió que le lavara manos y cabeza. Pedro siempre exagerado verdad!
Luego Jesús les dijo que aunque él era el Maestro y Señor, había tomado el lugar de siervo de todos para darles ejemplo de humildad y amor, características esenciales en la vida de cualquier verdadero cristiano.
La razón por la que ninguno de sus discípulos quiso lavar los pies, no era un tema de dignidad, sino de orgullo. Todos habían visto el agua y la toalla, todos también advirtieron que ninguna persona estaba en la puerta para hacer el trabajo, pero nadie quiso servir, así que nuestro Señor lo hizo mostrándonos el camino de la verdadera grandeza, que no es otro que el servicio.
Una niña comentó a su papá lo lindas que se veían unas espigas rectas y estiradas en comparación con otras que estaban dobladas e inclinadas. Su papá le corrigió enseguida haciéndole ver que las estiradas no habían producido nada y por eso estaban así, en cambio las dobladas estaban llenas de trigo que da alimento y sustento. ¿No es esta una prueba de que la humildad y el servicio son quienes nos bendicen?.
Quieres llevar fruto hermano (a) y ser grande a los ojos de Dios? Entonces: SIRVE COMO TU SEÑOR. Amén
Pr. José Luis Matto